En las guerras del crepúsculo,
una nube de saetas hirió los matices
entrelazados de la tarde,
fundiéndolos en un duro azul triste.
Enorme, la redonda luna se erguía
ante la noche del año que luchaba por no irse.
Era un reflejo de lo que nadaba en muchas mentes:
la noche era una muerte lenta, dura. Y triste.
Las pocas estrellas prefiguraban un fracaso
del año nuevo que estaba por venirse.
El viento helado reafirmó el surrealismo
de las guerras del crepúsculo…
Para muchos, dejar al año viejo irse
es permitir a su destino… morirse.
Brillante final!!
Y por supuesto, precioso poema!!
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¡Gracias!
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