Una carta antes de la guerra

Dibuja la musa una noche quieta, callada, mustia.
Las fogatas se esconden entre las infinitas sombras,
presagiando los delirios de un angustioso mañana.
Plegarias, temores. Siguen voces de dioses y diosas,
murmurando en los sueños rotos, persiguiendo las idas
tierras de Morfeo, que esperan a la tímida Aurora.
En los lechos, los héroes ebullen de ira, nostalgia
y pasión. El olor del Estigia se acerca en esta hora.

Los nombres no existen. Anuncian las nubes, los fatales
segundos, la tragedia ya escrita en el tiempo y sus hojas.
Tiendas. Hogares. Cuarteles. Todos en duelo bañados,
ardiendo en plegarias, suplicando fervientes la gloria.
No hay griegos ni troyanos. Hoy, separados por un muro,
todos observan el fuego cuando las furias explotan,
los cantos se encienden, las manos se inflaman, el aedo
afila su verbo cuando en él las musas se desbocan.

Calla el Olimpo. No hay truenos, ni del sol rayos. Mutismo.
Nacen sombras de escudos y espadas. Apenas se asoman,
esperando augurios. Negras naves un nombre proclaman.
Con ira, con ardor, con venganza. Batiendo las olas,
penetrando las mentes, despertando al hombre valiente
y encendiendo al cobarde, quien del temor hoy se despoja.
¡Cómo despierta pasiones el fiero nombre de Aquiles,
el terror de Apolos, viva angustia excitante de Troya!

Un hombre escribe, escuchando a la musa. Lee su mente
y espera un abrazo, el abrazo que Eros nunca interroga.
Observa los árboles, entre suaves olas camina.
La guerra no existe, el oráculo es una simple sombra.
Y escribiendo se atreve, desafiando con ironía
del Estigia su olor, de Hades la mano que cruel ahoga.
Ha visto un caballo, enigma insondable, viviente sueño
que impulsa en su alma el amor bebido como una rapsodia:

«De Aquiles resuena su nombre, ¡fieros los hombres cantan!
Toman escudos, afilan espadas. Dioses y diosas
reciben incienso con sus palabras. Mi alma procura
alejarse de ellos, persiguiendo a las musas que tocan
de Ítaca sus aguas, donde los infinitos silencios
de los Elíseos Campos han concebido sus rosas.
¡Penélope! ¡Penélope! ¡Es tu nombre flor que resuena
en estas noches hirientes con intensísimas horas!

¡Penélope! ¡Penélope! ¡Sentir tu sola figura!
¡Es tu beso mejor que con furia vencer a mil Troyas!
¡Ya cruza mi alma el Egeo y sus aguas con estas letras
para alcanzarte, antes de pintarse la intrépida Aurora!
Es mi verso el arma ligera que conquista y relata
cómo anhelan mis ojos conversar con tus frescas olas,
olas de rimas, olas de vida, olas que desenvainan
ese inquieto y suave silencio donde mi alma reposa.

¿Vivirás tú lo mismo? ¿Escribirá su verso la musa
y de ti alejará el desesperante olvido que ahoga?
¡Penélope! ¡Penélope! ¡Ve y canta en las claras aguas!
¡Que mojen tus pies, que te recuerden aquel puro aroma,
nacido del cedro, esculpido en el lecho, aquel testigo
de los ríos de abrazos, de las manos que íntimas forjan
la futura canción del aedo, oráculo viviente
que dejará a los dioses con sus templos blancos a solas!»

Fieros, los ojos a la guerra vencieron. Con su astucia,
rompieron los muros que a los seres humanos derrotan.
Lo escuché de mi musa, llama tan refrescante y ardiente
como el eterno día sembrado por él en la historia.
Y lo escuché de sus labios, tan profundos, tan astutos,
que los mismos dioses le dedicaron eternas odas.
Al preguntar por su nombre, sólo me dijo un enigma:
– No tengo nombre, ni lugar. Nadie… escribió esta rapsodia.

Imagen tomada de

https://c.pxhere.com/photos/79/15/bible_manuscript_papyrus_book_the_scriptures_copy_alphabet_greek-489679.jpg!d

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