Se acabó la noche.
Huyeron las hojas
tras la caricia del viento
con sus gotas de rocío.
Y el alma suspiró,
abriendo los espacios
de una confesión sincera.
Sin sonidos. Sin piel.
Solamente la lectura
en los ojos del poema
traspasó los átomos
del papel para entregarse,
paso a paso, al abrigo
de un sol que calienta
la médula y los huesos;
un invisible sol
venido de un paisaje
sin días y sin noches,
verso de piel y de ilusiones
acumuladas… en tus ojos.
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